Buitre leonado: la brigada de limpieza
Voltor comú – Gyps fulvus (Griffon Vulture)

El buitre leonado se ríe de nuestros remilgos; “¡Mamá, mamá, una hormiga en el bocata!”  ¡Anda ya…!

Por detrás del buitre negro (Voltor negre), polémicamente introducido en Catalunya a principios de este siglo, y también por detrás del señor quebrantahuesos (Trencalòs), el buitre leonado es nuestro tercer campeón en envergadura alar; 270 cm en los ejemplares de mayor talla. Esta especie constituye la brigada de limpieza que se encarga de eliminar los cadáveres más grandes; un servicio de enorme utilidad para la salubridad del campo y el control de epidemias. Los coleópteros necrófagos, larvas de moscas y tal también son efectivos, pero mucho más lentos. He visto como, en veinte minutos, quince buitres leonados reducían una cabra recién muerta a un esqueleto desmembrado y cuatro tiras de piel. Como los huesos puede partirlos y zampárselos el señor quebrantahuesos y las piltrafas de pellejo siempre le vienen bien al alimoche común (Aufrany), si la cuadrilla le pone ganas, poco rastro va a quedar del cadáver.

Como el resto de grandes aves voladoras, el buitre leonado se desliza majestuosamente por los cielos sin batir las alas, usando vientos y corrientes térmicas para recorrer distancias de centenares de kilómetros en pocas horas y sin cansarse.

Cría, a menudo colonialmente, en acantilados de cierta entidad. Le gusta posarse en alto de manera que pueda planear un buen trecho hasta llegar a la corriente térmica más próxima. Tanto para localizarlas como para hallar comida, los buitres se vigilan entre ellos; donde uno se eleva trazando círculos es que hay una columna de aire caliente que sirve de ascensor y allí dónde varios colegas empiezan a descender con prisas, está servida la mesa. Por eso, el buitre leonado divide su atención entre controlar a los parientes y rastrear el terreno.

La dispersión juvenil es notoria, de manera que un buitre leonado puede aparecer, virtualmente, en cualquier sitio.

Partiendo de una rapaz cazadora prehistórica, la evolución ha ido adaptando su físico a la tarea en que se ha especializado; el cuello se cubrió de un plumón desechable que se desprende (y vuelve a crecer rápido) para evitar que se le acumulen los restos y la sangre. Además, se alargó para llegar a cualquier víscera. El pico se robusteció para rasgar la piel de grandes ungulados en las zonas donde es más fina y las uñas de las patas, que primitivamente eran largas y curvadas, se han acortado porque ya no las necesita para sujetar presas.

Cuando dispone de comida, llena el estómago hasta que no cabe más, incluso aunque eso comporte que, durante unas horas, le resulte muy problemático alzar el vuelo. Luego puede pasarse una semana sin probar bocado y así se convirtió en un experto a la hora de economizar energía; no volará si no hay vientos y/o corrientes térmicas; mejor pasar hambre que esforzarse sin garantías de recuperar las fuerzas perdidas.

En Catalunya es fácil de ver en los macizos montañosos y sus alrededores

Se ha constatado que, ante el festín, los ejemplares que llevan más tiempo sin comer se imponen al resto, al margen de la edad y el tamaño, ya que el hambre los vuelve agresivos; una jerarquía cambiante basada en el nivel de necesidad que es una lección (parcial) de sistema social. Claro que, en el caso de los buitres, nadie cede por empatía. Pero, en el caso de los humanos, rara vez.

Mientras los ganaderos dejaban en el campo los animales fallecidos o los tiraban a un muladar, el buitre leonado vivió bien, aunque localmente se los tiroteaba como pasatiempo (no es pieza cinegética). Cuando se prohibieron los muladares por razones higiénicas, especialmente tras el caso de las vacas locas (encefalopatía espongiforme bovina), la población de necrófagos cayó en picado pues en muchos sitios el hombre se había encargado de diezmar los ungulados salvajes que constituían su dieta originaria. Algunos buitres sobrevivieron acudiendo a vertederos donde, aun hoy, se la juegan a atragantarse con bolsas de plástico. Afortunadamente, años después, se abrieron muladares controlados (canyets, en catalán) y la población se recuperó notoriamente. Hacia el año 2008 se calculaba que, en España, había entre 24.600 y 25.500 parejas (datos de SEO/BirdLife). Y yo diría que, desde entonces, ha aumentado. En Catalunya es fácil de ver en los macizos montañosos y sus alrededores. Además, hay muladares que se pueden visitar en sitios como, por citar dos, La Terreta (Pallars Jussà) y Coll de Nargó (Alt Urgell).

No me consta que sea posible distinguir a simple vista los machos de las hembras e incluso las edades se delatan por signos sutiles; por ejemplo, el pico de los jóvenes es gris mientras que el de los adultos es de tono marfil.

Esta vez he dejado para el final el rollete sobre el área de distribución de esta especie que, de forma fragmentaria, abarca desde Portugal hasta Uzbequistán. En la franja de clima templado que va desde el sur de la península arábiga hasta el SE de Kazajstán, es mayormente residente, aunque desde Yemen a Bután también pasan el invierno las poblaciones migratorias. Si bien es residente en Marruecos, NE de Argelia y Túnez, en el África subsahariana hay tres grandes áreas de invernada; Mauritania-Senegal-Mali, Nigeria-Chad y Sudán del Norte-Etiopía-Eritrea. La dispersión juvenil es notoria, de manera que un buitre leonado puede aparecer, virtualmente, en cualquier sitio.

Buitre leonado: la brigada de limpieza – ¡Conócelas! 142 – Grupo Local SEO BARCELONA
Buitre leonado, Vilvestre (Salamanca) marzo 2008

Las aves de la A a la Z (SEO/Birdlife)

Servidor d’Informació Ornitològica de Catalunya

Handbook of the Birds of the World

 

Salvador Solé

Ornitólogo, fotógrafo, viajero y articulista. Socio de SEO/BirdLife desde 2002, colabora con el Grupo Local SEO Barcelona desde su fundación en 2010 y desde el mismo imparte cursos y charlas, también es guía de excursiones ornitológicas divulgativas.

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