El dedo no: la montaña
Reflexiones personales sobre una plaga

Mis colegas del Grupo Local SEO/Barcelona han accedido a que se publique este artículo haciendo constar que mis opiniones y/o forma de expresarlas no necesariamente representan a las de tod@s los miembros del grupo.

En estos días de encierro en que toreamos nuestro aburrimiento, desde todos los colectivos rumiamos y escribimos, cada cual según su especie. Como miembro del clan de los ornitolocos, desde mi piso en el centro de Barcelona, supongo que las aves cruzan de sur a norte… lo supongo porque el confinamiento urbano me impide presenciarlo. En vez de llorar por una primavera pajaril que me perderé, me pongo a pensar y afilo el lápiz, que peores vicios hay.

Mi carácter es reacio a frases tales como “todo irá bien, ya lo verás”. En el momento de escribir este artículo, para más de cinco mil personas en toda España, la cosa no ha ido nada bien, pues ya no están entre nosotr@s. Y antes de que esto termine, se irán bastantes más; no lo digo yo; ojalá lo dijera yo y me equivocase. También soy refractario a la actitud opuesta “¡Vamos a morir tod@s!”. Es que no le veo la utilidad a paralizarse, sea porque esperamos que todo se arregle (esperanza) sea porque creemos que no podemos hacer nada (derrotismo). Siento que debemos analizar lo qué pasa, analizar por qué pasa y luchar para alcanzar metas factibles. Pero pensar va primero. Y el mono de pájaros me está dejando mucho tiempo para ello.

No sé por qué, desde años antes de que se declarase esta pandemia, a menudo me acuden a la mente las miles de personas – muchas de ellas menores de edad – que cada día mueren por falta de atención médica, por las sequías, las catástrofes naturales, los accidentes, las guerras, los asesinatos… Fuentes consultadas en Internet no se ponen de acuerdo y las cifras oscilan mucho pero la más pequeña que he encontrado señala una media de 155.520 personas fallecidas por día. En otro lado lees que la ONU estima que, cada 24 horas, solo por consumir alimentos en mal estado, mueren 420.000. En cualquier caso, las que suma el coronavirus quedan totalmente diluidas en esa vasta legión que camina por el valle de las sombras. Aun así, hay coincidencia en que nacen aproximadamente el doble de las que mueren. Suena a buena noticia pero, teniéndolo todo en cuenta, ¿lo es?

Volviendo a la epidemia que nos está amargando la primavera, leo noticias (las comparo, las filtro…) y observo como el tonto mira el dedo en vez de la montaña que con él se señala pues echamos la culpa al coronavirus cuando lo que aquí tenemos son las consecuencias de una zoonosis; dícese de la enfermedad infecciosa transmitida al hombre por los animales, habitualmente vertebrados, que a veces actúan como vectores, tales como murciélagos, mosquitos y otros reservorios de la enfermedad. Por citar tres; el ébola proviene principalmente de monos y murciélagos frugívoros, la toxoplasmosis la transmiten los gatos y otras seis especies de felinos. Y el MERS procede de los dromedarios. Una forma muy habitual de pillar una zoonosis consiste en comerse al animal. A fecha del 28 de marzo del 2020 se sospecha que, aunque todavía existen dudas, el Covid-19 procede de pangolines – uno de los animales más amenazados del planeta – quizás infectados por murciélagos. Lo que se sabe con seguridad es que el primer foco de la infección, en Wuhan, fue uno de esos mercados donde se venden, para consumo, todo tipo de animales salvajes y donde brilla por su ausencia el más elemental control sanitario. El gobierno chino hizo desaparecer ese mercado, lo fumigó a fondo y borró todas las pistas que podían permitir una rápida identificación del origen del virus. Pero si consideramos culpables a los animales salvajes, o incluso al mercado prehistórico, aun estaremos mirando el dedo y no la montaña. En mi opinión, la montaña, como lo im-presionante, se define en dos palabras que en este caso son: miseria, ignorancia. Salvo en los pocos rincones remotos del planeta donde las tribus de no contactados persisten en su modo de vida tradicional y forman parte de la diversidad humana, quien se come un murciélago, un gato o un mono lo hace por uno de esos dos conceptos, más a menudo a causa de ambos: miseria e ignorancia. De éstos, el más extendido es la ignorancia porque hay millonari@s que, por tradición y estatus, consideran delicatessen todo un catálogo de animales en peligro de extinción. Cierto que debemos respetar las idiosincrasias culturales pero cuando éstas no toman medidas para evitar que se les termine el suministro de lo que tanto les gusta, es que cometen, como mínimo, un error logístico, dejando de lado los presuntos errores éticos y los atentados ecológicos. Semejantes actitudes solo se justifican si se arrastra la inercia del cerebro que usábamos cuanto éramos pocos y moríamos como chinches, sobre todo de niños. Eso va por quienes, pagando cantidades obscenas, se hacen cocinar – por ejemplo – testículos de simios semi-extintos, testículos que, como supondréis, no han sido donados voluntariamente por sus dueños ni estos han sobrevivido al expolio.

Murciélago frugívoro crucificado. Foto de Salva Solé.

Luego está la miseria que obliga a millones de personas a cazar cada vez más lejos, con frecuencia aventurándose en las reservas naturales, para que sus familias no se mueran de hambre o vivan exclusivamente de arroz y optimismo.

Pero la miseria y la ignorancia, cual muñeca rusa, todavía nos guardan algo; la desigualdad que las parió. Y aquí es donde aparecemos nosotras, las culturas occidentales que jamás masticaríamos un murciélago, mono, pangolín o gato pero que prosperamos en base a la desigualdad que se genera manipulando y explotando países desestructurados, desigualdad que, insisto, está en el origen de la miseria. Y que tiene mucha relación con la ignorancia.

Pero, pero, pero; el covid-19 ha surgido en un país que lleva lustros figurando como gran potencia mundial, si más no, cuando medimos a los países por el dinero que manejan. Sería una tontería que yo, con mis escasos conocimientos de geopolítica, pretendiera demostrar que occidente ha llevado a China a ser como es. Cierto que allí están “imitando” nuestro desaforado materialismo y nuestra falta de escrúpulos a la hora de alcanzarlo y amplificarlo; mal ejemplo les dimos. Sin embargo, lo de que en pleno 2020 se tolere la existencia de mercados donde se trafica, para consumo y medicina folclórica, con animales salvajes, es un fenómeno particular que en muchos lugares del mundo ya no se estila, por extendido que estuviese hace siglo y medio.

Cuando nos ponemos solidari@s es fácil fustigarnos pensando que nuestros muchos pecados colectivos son la causa de todos los males del mundo pero incluso en ello habrá una dosis de arrogancia si no admitimos que los demás son tan amos de cometer pecados propios como nosotros. Así, resulta fastidioso no sacar una conclusión simple que nos permita señalar un culpable claro. Deja un regusto frustrante saber que algo tiene que ver con nosotros pero también con otros factores quizás independientes (antropológicos, históricos…). Y además tendremos que admitir que pueden estar implicadas causas que desconocemos. Por poner un ejemplo: de momento hay más incógnitas que certezas respecto a la desigual mortandad que presenta el coronavirus en distintos países europeos.

La honestidad me obliga a insistir en que ésta es una reflexión personal que brindo por si a alguien le apetece poner en marcha la suya, ahora que, entre cuatro paredes, más bien nos sobra el tiempo. Yo no he podido ofrecer una conclusión nítida. Las conclusiones nítidas se suelen derivar de problemas sencillos y no parece que éste lo sea. Sin duda, cuanto más ignorante es alguien, menos datos tiene; en consecuencia, más simples se le aparecen los problemas y más claras tienden a ser sus soluciones, por erradas que estén.

Lo que yo me pregunto es si la humanidad aprenderá algo válido, algo transformador y avanzado, de esta crisis. Ya hay un montón de lecciones que la situación nos está dando. Pero, cuando todo vuelva a la normalidad y pasen un par de años ¿seguiremos prefiriendo mirar el dedo? ¿Llegaremos a vivir encarando de frente la realidad, con sus complejidades e incertidumbres?

Más nos valdrá ponernos las pilas porque hace semanas que corre este chiste;

“Oche, que he hablado con gente que está muy al día del tema y me dice que mejor no pilles el Covid-19 porque pronto saldrá el 20”.

 

Salvador Solé

Ornitólogo, fotógrafo, viajero y articulista. Socio de SEO/BirdLife desde 2002, colabora con el Grupo Local SEO Barcelona desde su fundación en 2010 y desde el mismo imparte cursos y charlas, también es guía de excursiones ornitológicas divulgativas.

El portal web GLSEOBarcelona da acceso a los contenidos elaborados por el Grupo Local SEO Barcelona de SEO/Birdlife quien podrá utilizar cookies propias y de terceros para mejorar la oferta de sus servicios. Si continúa navegando, consideraremos que acepta su uso. Puede obtener más información en Aviso Legal, en su apartado Política de cookies.