Peor que la radiactividad
Nuestro impacto en la naturaleza tiene consecuencias, hace tiempo que sonó la hora de repasar las prioridades
Tanto estudio, tantas soluciones y tanto verlo venir sigue teniendo un impacto insuficiente en el rumbo de la humanidad; las mayorías no piden políticas sostenibles ni medidas que disminuyan la magnitud del desastre. L@s polític@s, salvo puntuales excepciones, tienen la sensibilidad ambiental de una botella de PVC y, puesto que no están presionados por sus votantes a favor del planeta y el futuro de nuestr@s hij@s, siguen con sus rutinas; subirse el sueldo, dejarse seducir por empresas sin escrúpulos, declarar anticonstitucional a la oposición, corromperse un poco más… Ell@s trabajan para nosotros, comen de nuestro sueldo y su empleo consiste en ajustar las leyes a las necesidades de la sociedad. Creo que el imperativo de sobrevivir como especie a medio y largo plazo es una necesidad a la que solo renuncian los suicidas.
Debemos felicitarnos por los lentos avances sobre igualdad de género; un ejemplo de que algo se consigue cuando suficiente gente clama de forma decidida. Pero la protección del medio ambiente permanece en el cajón de los retales legislativos. No es que falten voces ni evidencias pues la ciencia, en bloque, avala la importancia de iniciar – ya – cambios importantes. Pero todavía falta peso popular en el plato sensato de la balanza, peso contra la inercia del beneficio a corto plazo (pan para hoy, hambre para mañana) y contra la miopía de los inmovilistas. Mientras las cosas sigan así, quienes podemos, debemos continuar dando la vara con el tema.
Desafortunadamente, las mayorías no piden políticas sostenibles ni medidas que disminuyan la magnitud del desastre.
En pocos años, SEO/BirdLife ha subido de 12.000 a 14.000 soci@s; es una buena noticia pues indica que nadie está sol@ con su conciencia y que el sentido común aumenta, aunque sigue sin crecer tanto como urge. A pesar de ello, si la cosa no se acelera, hasta el 2.050 no seremos una minoría a tener en cuenta. Para entonces, el agua nos llegará a las rodillas y el plástico nos tapará el ombligo, ese detalle anatómico que, hasta ahora, parece ser nuestro horizonte.
Sirvan los párrafos precedentes para enmarcar el asunto que quisiera compartir con vosotr@s. Lo he leído en un artículo aparecido en el diario El País el pasado 7 de marzo (2019) y redactado por Ángel L. León; es un dato antiguo que el área de Chernóbil fue declarada, y lo continúa siendo, “Zona de Exclusión”, lo que significa que, en ella, a causa de la radiación se ha prohibido la presencia humana. Son 4.200 kilómetros cuadrados a caballo entre Ucrania y Bielorrusia. Hay mucho bosque, pero también terreno agrícola e incluso ciudades y fábricas, todo ello abandonado. Treinta años después del accidente nuclear, esa región todavía alberga demasiada radiación como para que resulte salubre para las personas y los seres vivos en general. Hasta aquí, lo que mucha gente sabe al respecto. Pero recientes estudios han demostrado que en ese presunto infierno ha proliferado la fauna e incluso han regresado animales localmente extintos desde antes del accidente.
Se han listado catorce especies de mamíferos, entre ellos el alce, el lobo gris, el corzo, el lince, la nutria, el oso pardo y especies tan valiosas como el bisonte europeo y el escaso caballo de Przewalski… Por ejemplo, hacía cien años que los osos no se veían en esa región. Entre las aves cabe destacar el retorno del pigargo europeo (Haliaeetus albicilla).
Las golondrinas comunes desaparecieron tras el accidente, pero han recolonizado el área poco a poco. Todo esto se supo porque, entre 2014 y 2015, científicos de Ucrania y Bielorrusia, en coordinación con entidades internacionales, instalaron cámaras-trampa. Al examinar los ríos se habló de monstruosos peces mutantes hasta que se descubrió que, por primera vez en mucho tiempo, las especies alcanzaban sus tallas máximas naturales.
El profesor de ciencias ambientales Jim Smith (universidad de Portsmouth) resume lo que Ángel L. León. y yo, de tercera mano,- presentamos como meollo de nuestros artículos: No es que la radiación sea buena para la vida silvestre, lo que pasa es que las actividades humanas (urbanismo, caza, agricultura, ganadería, industria y explotación forestal) tal como se practican ¡son mucho peores! Asumirlo me llena de vergüenza; somos un animal más dañino que la radiactividad.
En Chernóbil, a causa de ella, el humus se descompone poco y mal porque las bacterias responsables de reciclar la hojarasca son escasas y/o están pachuchas, la capacidad reproductiva de los animales se resiente y la existencia de algunos ejemplares se acorta. Pero, aun así, la vida se abre camino allí dónde el hombre la había diezmado, operación que realizó con mayor eficacia que el escape radiactivo, también responsabilidad suya.
Puesto que lo que le hacemos a la naturaleza tiene consecuencias en nuestra salud y bienestar – todo lo que va, vuelve – ya hace lustros que sonó la hora de repasar qué prioridades nos marcamos respecto al voto, la educación y el modo en que vivimos.
La verdad es que vamos con retraso y no es aceptable seguir siendo peores que la radiactividad.