Crónica de una excursión ornitológica por el Montsant

Fotografias cortesía de Pep Fernández

El pasado sábado 2 de junio de 2012, un grupo de 9 socios y simpatizantes del grupo local de SEO en Barcelona realizamos una bonita salida por la comarca del Priorat (Tarragona), por el Parque Natural del Montsant. Se trata éste de un espacio natural bastante desconocido en general, aunque alguna de sus rutas forma parte del top ten de las rutas excursionistas de la provincia de Tarragona. En nuestro caso la intención era conocer la naturaleza del lugar, descubrir los hermosos rincones que esconden los barrancos de conglomerados del macizo, e intentar observar algunas de las especies más emblemáticas de este espacio.

El grupo estaba formado por Carlos, Pep, Nieves, Laura, Roberto, Roberto Blas, Sara, Rafa y Julia. Aunque la salida se realizó desde Barcelona, bien temprano, no fue hasta las 9 de la mañana que todo el grupo nos pudimos reunir en Ulldemolins, a los pies del Montsant, localidad de paisajes pintorescos y desde cuyas inmediaciones partía la excursión.

Nuestros compañeros Pep y Rafa ejercieron de y guías de la excursión. En concreto Pep nos sorprendió con una curradísima organización del itinerario, con mapas y otros materiales. En concreto se decidió realizar el itinerario del Congost de Fraguerau, intentando refundir una ruta excursionista reconocida, con historia, patrimonio y cultura, paisajes y naturaleza, y cómo no, ornitología.

La ruta comenzaba en la Ermita de Sant Antoni, a unos 3 Km. de Ulldemolins, en las faldas del Montsant, donde dejamos los coches y comenzábamos la ruta. Inicialmente parecía sobrellevarse bien la climatología: sol y ninguna nube, y viento en calma, aunque a lo largo de la mañana se iría complicando, llegando al mediodía con un sol de justicia y escasísima sombra. Este solazo condicionó sobre manera la observación de aves, pero no coartó nuestros ánimos ornitológicos; la ruta tuvo que ser modificada para evitar males mayores, aunque pudimos alcanzar la Ermita de Sant Bartomeu, icono fotogénico del paisaje del Montsant, junto con las formaciones rocosas de conglomerado tan abundantes por doquier, y cuyo representante más famoso es el Cap del Bisbe, figura que podemos imaginar qué ha podido representar para los habitantes de la zona hasta nuestros días, o las Cadolles Fondes, unos espectaculares marmitas de gigante, llenas de agua y peces autóctonos (Barbus sp. y Squalius sp.) en el prístino río Montsant.

Cap del Bisbe

El recorrido se iniciaba por una pista forestal que partía desde el aparcamiento de la Ermita de Sant Antoni, adentrándose en una masa forestal de muy marcado carácter mediterráneo, y que tras una corta subida, en la que pudimos observar varias especies de ambiente forestal, como los mosquiteros papialbos, alguna totovía, un pico picapinos que nos había pasado por delante de los coches al llegar, un arrendajo común, mirlos comunes y algunos páridos, iniciaba un marcado descenso por una superficie muy degradada y con vegetación rala, hogar de pardillos comunes, zarceros comunes y algún escribano soteño.

Al final de esta pendiente llegábamos a una pequeña construcción desde donde parecía regularse la surgencia de un manantial, la llamada, auténtico oasis para aquellos que nos atrevimos a beber y refrescarnos de la canícula. Fuimos descendiendo de manera más suave y paralelos a la corriente de agua generada por la fuente, disfrutando del frescor del bosque de ribera, donde cantaba algún Jilguero y algún chochín, hasta alcanzar uno de los puntos de visita obligada del camino, Cadolles Fondes. Allí disfrutamos de nuestra primera parada de observación en el mirador. Pudimos localizar a los Aviones roqueros, un colirrojo tizón, y entre las orillas de las marmitas de gigante, una lavandera cascadeña. Nuestra estancia en el mirador nos deparó la observación de un petirrojo algo molesto con nuestra presencia, sospechamos que porque debía tener su nido muy cerca, a tenor de su pico a rebosar de ricos insectos para alimentar a su pollada. Cuando estábamos a punto de continuar la ruta, pudimos localizar en el horizonte de los roquedos, volando entre aviones roqueros, un halcón peregrino, primer grande de la jornada. Lamentablemente fue una observación lejana y algo fugaz, y el telescopio no llegó a poder enfocarle en condiciones para que todo el mundo lo viera.

Continuamos el recorrido por la parte baja del valle, pero a cierta distancia del río. Pudimos identificar el canto de los ruiseñores comunes, chochines, currucas capirotadas y oropéndolas, mientras caminábamos a la sombra intermitente de rocas y pinos halepensis y negrales nigra. Encinas y quejigos, algún fresno y densos matorrales con abundantes durillos (Viburnum tinus) jalonaban el camino cuando decidimos hacer una parada técnica bajo un extraplomo de roca a buen resguardo del sol y donde soplaba una suave brisa que nos refrescaba, la Roca Balladora.

El avituallamiento nos dio fuerza para continuar la última parte del itinerario. Disfrutamos de lo lindo cruzando por unos puentes colgantes sobre el río Montsant, justo antes de encarar una suave pendiente arriba, hacia la Ermita de Sant Bartomeu.

Antes de alcanzar la ermita pudimos lamentar la insidia humana al pasar por una zona de ladera quemada, un incendio que como pudimos saber más tarde había sido provocado de manera intencionada por un perturbado de la zona.

Parte de la zona afectada por el incendio
Polluelo de curruca cabecinegra

Por suerte era una zona de escasas dos hectáreas aproximadamente, y cuya vegetación de enebros, durillos, pinos carrascos y alguna encina, se regenerarán relativamente rápido. Este paisaje abierto artificialmente nos dejaba ver con claridad los roquedos cada vez más encajonados y a sus habitantes. La estrella de este tramo, a falta de otras especies mucho más deseadas, fue un bonito macho azul de Roquero Solitario. Antes de llegar a la ermita atravesamos una zona de mucha mayor densidad de matorrales de Durillo con presencia de Currucas cabecinegras bastante atareadas en la crianza de sus polluelos, escondidos por los alrededores; llegados a este punto cabe reseñar que los ornitólogos estamos demasiado acostumbrados a mirar hacia arriba para localizar nuestros objetivos con plumas, pero por favor, hay que fijarse en el suelo, pues en primavera podemos toparnos sin saberlo con jóvenes volanderos de aves que podríamos pisar, como le había pasado a un polluelo de curruca cabecinegra por acción involuntaria de algún excursionista previo a nuestros pasos.
Llegados a la Ermita de Sant Bartomeu, con una cueva históricamente habitada muy cercana, paramos y realizamos una serie de fotografías del grupo, disfrutando del panorama y la vegetación del estrecho congosto.
La excursión debía continuar, así que levantamos el campamento a algo más de media mañana. Nuestra intención era ahora dar un rodeo subiendo por la ladera del Montsant, justo enfrente de nosotros, para después descender de nuevo directamente hasta los coches. Sin embargo, tras una asamblea express, y bajo un sol que ya caía a plomo sobre nuestras cabezas, llegamos a la conclusión de que lo mejor era evitar un desgaste físico extraordinario y reducir cualquier riesgo de accidente. Con un quórum casi unánime, se tomó la decisión de diversificar la excursión y conocer más ecosistemas típicos de la zona. El hábitat seleccionado para continuar la observación de aves fue, cómo no, el urbano.

Así pues tomamos el camino de regreso deshaciendo nuestros pasos hasta la Ermita de Sant Antoni, donde nos esperaban los vehículos. Fue un camino arduo por el intensísimo calor reinante, pero finalmente pudimos llegar hasta Ulldemolins y degustar en un bar del pueblo un refresco bien fresquito con unos frutos secos ¿cortesía de la casa? (con el calor que hacía no hacían falta provocaciones para beber algo). Aún aquí, pudimos hacer ornitología, observando una bonita colonia de Avión común, algunos Gorriones comunes, Estorninos Pintos y Vencejos comunes. En los campos cercanos se podían oír Trigueros, Golondrinas comunes y algún Gorrión chillón.
Llegado el mediodía nos movimos hacia otro rincón del Montsant para comer. Fuimos buscando algún lugar idóneo (concepto muy variable para un ornitólogo), y finalmente, después de un rodeo con los coches, llegamos a Margalef, zona relativamente turística y plagada de campistas, excursionistas y escaladores, donde hay un bonito pantano (parece mentira) de aguas cristalinas. Allí buscamos la manera de alcanzar la orilla, pero era casi inaccesible, y nos conformamos con acomodarnos en el margen de la pista, bajo la sombra de un enorme extraplomo de la montaña. Allí pudimos disfrutar de nuestros condumios e incluso algunos pudieron echar una pequeña cabezadilla. Había que poner a buen recaudo nuestras propiedades para que, el viento, que empezaba a soplar de forma molesta, no las arrastrara hasta el embalse (alguna que otra gorra quedará como patrimonio arqueológico perdido entre rocas y matorrales, inaccesible junto al agua). Un martín pescador nos amenizó la estancia con su paso fulgurante a ras del agua y unos carriceros tordales se dejaron oír cantando entre los carrizos del río, aguas abajo del pantano.

Finalmente nos pusimos en marcha para acercarnos al último lugar del día donde observar aves. Esta vez nos dirigimos hasta las Crestes de la Llena, por encima de Margalef, lugar que hace unos siete años sufrió un espantoso incendio que dejó peladas más de seiscientas hectáreas de sierras, barrancos, olivares y almendros, y mesetas cultivadas de Bellaguarda (La Segarra). Aquí pretendíamos realizar un reconocimiento de las diferentes especies de aves que requieren espacios abiertos para sobrevivir; pudimos constatar que una zona quemada no es una zona muerta, sino un espacio que vuelve a nacer. Pudimos ver, mientras llegábamos y paseábamos por la zona, diferentes rapaces, como un águila culebrera, una perdicera y algunos Buitres leonados (escasos por la zona). De nuevo observamos roqueros solitarios, algún que otro gorrión chillón por los roquedos, cogujadas montesinas, los omnipresentes abejarucos comunes de la zona y una parejita de golondrinas dáuricas con su nido y todo en un abrigo del roca.
Agradecimientos a Rafael González por esta magnífica crónica.

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